sábado, 22 de septiembre de 2007

6 de abril de 2005


Entran, gritan, sufren y se retuercen. Y se van.
Y sus almas se elevan; vaya uno a saber a dónde.

Mirás sus caras y no existe ahí adentro quien no te pida ayuda con sus ojos. A vos, a mí, ni siquiera los que lo intentan cada día, lo logran. Simplemente entrás a ese lugar y algo, quizás sus escaleras, o sus tantas puertas, te indican que, cuando salgas, todo va a ser diferente: o te elevás, como ellos o te quedás con "los pies bien en la tierra", pero muriendo.

Una vez que entraste, en cada momento que pasás, aunque sea a cuadras de distancia, te parece oir los gritos. Los sentís, como no pueden hacerlo las demás personas.


Y eso te marca. para toda la vida. Por todos los minutos.

Alguien fue ahí, a hacer lo que hacen todos. Antes lo iba a visitar, pero dijeron que no lo haga más. Ya no hacía falta, ya se había elevado y no lo encontraría.

Desde ese día sólo pienso en el momento en el que a mí también me toque, y yo por fin llegue a él, me eleve...

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